Le llamaban Zi

Una noche de otoño luego de trabajar me fui a tomar un trago a un lugar de sano esparcimiento al que frecuentaba, era jueves y tenían música en vivo (claro eso lo sabía).
Esa noche no habíamos muchos parroquianos presentes pero el ambiente tenía sustento, un grupo selecto, caras conocidas y al final todos terminamos cantando alguna canción romántica acompañados de guitarra, teclado y saxo. La pasamos muy bien, como de costumbre.

Al lado del bar estaba la mesa destinada para el descanso de los artistas, que ya eran mis amigos. Por supuesto esa era la mesa donde Yo me sentaba cuando llegaba solo al lugar.

Esa noche además de los artistas a la mesa se acercó una Chica que también frecuentaba ocasionalmente el sitio, a quien le llamaban Zi (Z en inglés). Era una linda morena de baja estatura, de nariz ancha y ojos saltones, que modelaba una silueta con curvas tainas y lucía un peinado discreto. Ella estaba sola y nos acompañó entonces en la mesa.

Resultó que la Chica a quien llamaban Zi fue una tremenda compañía, sobre todo para Mí (a Mí que no son así mis preferidas). Se sabía las letras de las canciones y con buen ritmo entonaba melódicos acordes mostrando además oportunos ademanes y muecas faciales según cada canción. Chapeau para Zi.

Cuando la noche fue adulta llegó el momento de saldar la cuenta de los tragos y las picaderas. Una vez firmado el voucher, mientras recogían los equipos, para decir adiós no bastaron las palabras y empezó a sobrar el espacio, más bien nos faltó tiempo para despedirnos, pues ya cerraban el lugar. Nada fue planificado, pero fue grato el encuentro, y el perfume de Zi se fue Conmigo.

Al día siguiente, ya viernes y dadas las circunstancias mencionadas, luego se trabajar fui de nuevo al mismo lugar, quizás con la esperanza de volverme a encontrar con la misma Chica de anoche.
Llegué raudo hasta el bar, era temprano, no tenían música en vivo (eso lo sabía), entonces me senté calmado a tomar un Old Parr doble comiendo un poco de maní tostado.

Poco rato después me sorprendió un sutil aroma de flores de primavera. Era Zi que abrazaba mi espalda a su llegada.
Así es la vida, Yo no acostumbraba a ir los viernes a ese lugar, pero fui, y Zi fue por la misma razón que Yo, Ella fue buscando a Aquel Señor (haciendo alusión al título de la canción de Manzanero que la noche anterior cantamos a dúo).

Alegres las caras dejaron hablar las miradas y nos sentamos en una mesa al fondo del lugar. Conversamos amenamente casi toda la noche, con palabras sencillas, de cosas sin trascendencia, éramos jóvenes y tontos. Le pedí a Zi saber su nombre y su número de teléfono (hoy en día seguro hubiera sido diferente), a lo que Zi accedió anotando sus datos de contacto en una servilleta de papel, la cual terminó doblada en el bolsillo izquierdo de mi pantalón.
Llegaba la hora de encontrar la ruta de salida y sin mucho pensar y nada decidir juntos nos fuimos del lugar.
Para qué decir hoy lo que acaso pudo pasar, igual cada uno creerá lo que piensa de sí.

Al día siguiente, ya sábado y sin tener que ir a trabajar, era día de hacer oficios en la casa, y de lavar la ropa también.
La servilleta de papel con los datos de contacto de Zi que estaba en el bolsillo izquierdo de mi pantalón no la volví a ver. La lavadora se ocupó de borrar su contenido...
Ese día me sentí más tonto que de costumbre, pero nada, el jueves próximo se arreglaba eso, pensé a modo de consuelo por mi descuido.

Por muchas semanas, cada jueves volví al mismo lugar, pero nunca volví a ver a Zi.
Nadie supo decirme algo de Ella. Como llegó se marchó, sin dejar huella.
Me queda el recuerdo latiendo en el pecho, guardado y callado, cual recluso condenado a cadena perpetua, por ser un tema inconcluso.

30-Abr/2019 (Serie Le llamaban Zi)

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