La danza de los besos

Recuerdo cómo serena me mirabas con los ojos entreabiertos, o mejor dicho, con los ojos entrecerrados, lo que al final da igual, callada me mirabas y Yo te vi, eras Tú todo lo que me importaba del mítico patio colonial sin techo.

Un beso simple trajo a otro más coqueto y ya después los demás en fila sonriendo venían, en silencio algunos pero estruendos otros se soltaban de mis labios a los tuyos, cada cual probando suerte de gustar, y lo conseguían.

Si acaso un rato conversábamos, para secar los labios con la brisa de la noche, era sólo un instante entre los augurios por aprender los dulces pasos de la danza de los besos, pues con cada intento se superaba al beso previo.

Así el Aprendiz y la Maestra se demostraron entre sí tanto entusiasmo para aprender y por enseñar, que ya iba sutil tomando su forma el resultado del besar, con el correspondiente y mutuo respeto al arte de amar con bondad.

El sabor fresco de tu boca, que no cansa mi paladar, fue mi alimento y la dulzura sutil de tus labios fue el postre sin mesura antes de partir a buscar el camino de vuelta hasta la ciudad poblada, dejando vivos los recuerdos.

La danza de los besos no precisa de música ni de líricas, no necesita tener instrumentos ni escenarios, apenas requiere un par de labios en bocas dispuestas a entregar lo bueno que tiene en el corazón un ermitaño que no olvida.

La danza de los besos bailamos con gallardía y elegancia, Tú que me mordías con deleite y Yo que osado me quedaba con tu lengua, los dos aprendiendo con cada misterio del besar hasta que se quedaba húmedo aquel lugar.

13-Ene/2020 (Serie Corazones Ermitaños)

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