La última noche
La luna ya estaba grande pero se le veía en el cielo como triste, iba ella subiendo despacio desde el horizonte conforme se marchaba el atardecer, con su luz reflejada brillaban en lo alto las grises nubes, las mismas que querían después siendo de noche descargarse en una fresca lluvia sobre la ciudad y su tránsito infernal, para así complicarlo todo aún más.
La noche parecía saber que sería la última, no habían aquellas sonrisas, sólo había silencio, no habían carcajadas ni preguntas graciosas, solas se quedaban las miradas a media vista calladas, tristes el piso buscando para nada mirar, ya nada murmuraban entre ellas ni los labios se movían en boca, no habían besos ni suspiros, una respiración agitada tampoco.
Las estrellas no se podían ver todas entre los estirados cúmulos que arrastraba la brisa del invierno hacia las montañas del norte, quizás algún planeta lejano asomaba de a veces con su reflejo, pero mirando la luna de nuevo se le nota un tanto desconcertada, ella vive del amor romántico y hoy no quedan ya amantes abrazados contemplándola entre mil besos.
Sabía la noche que era la última, lo sintió al llegar, aunque el mundo igual siga girando a cada rato dando sin fe las mismas vueltas de siempre, sin parar un instante a mirar siquiera quién anda ni por dónde va, y sólo el Destino sabe lo que puede pasar, y la distancia crece otra vez, y la soledad regresa de nuevo, viejas amistades, las mismas costumbres del ayer.
Al final ya el cielo se veía despejado, la tierra olía y quedaba mojada escurriendo el agua caída, la luna en lo alto seguía su curso sin haberse mojado siquiera, las hojas de los árboles goteaban los residuos de la última lluvia quedándose húmedas apenas mirando la soledad de la noche que se hacía adulta, nada quedaba pendiente para la madrugada.
Era la última noche, entonces, se levantó el lobo enamorado y entre sus garras apretó el corazón para aullarle a la luna, como pidiendo perdón al Tiempo, como clamando al Destino agradecido, acaso ya solo diciendo adiós a la Fortuna con la pena de la oscuridad Consigo.
La noche parecía saber que sería la última, no habían aquellas sonrisas, sólo había silencio, no habían carcajadas ni preguntas graciosas, solas se quedaban las miradas a media vista calladas, tristes el piso buscando para nada mirar, ya nada murmuraban entre ellas ni los labios se movían en boca, no habían besos ni suspiros, una respiración agitada tampoco.
Las estrellas no se podían ver todas entre los estirados cúmulos que arrastraba la brisa del invierno hacia las montañas del norte, quizás algún planeta lejano asomaba de a veces con su reflejo, pero mirando la luna de nuevo se le nota un tanto desconcertada, ella vive del amor romántico y hoy no quedan ya amantes abrazados contemplándola entre mil besos.
Sabía la noche que era la última, lo sintió al llegar, aunque el mundo igual siga girando a cada rato dando sin fe las mismas vueltas de siempre, sin parar un instante a mirar siquiera quién anda ni por dónde va, y sólo el Destino sabe lo que puede pasar, y la distancia crece otra vez, y la soledad regresa de nuevo, viejas amistades, las mismas costumbres del ayer.
Al final ya el cielo se veía despejado, la tierra olía y quedaba mojada escurriendo el agua caída, la luna en lo alto seguía su curso sin haberse mojado siquiera, las hojas de los árboles goteaban los residuos de la última lluvia quedándose húmedas apenas mirando la soledad de la noche que se hacía adulta, nada quedaba pendiente para la madrugada.
Era la última noche, entonces, se levantó el lobo enamorado y entre sus garras apretó el corazón para aullarle a la luna, como pidiendo perdón al Tiempo, como clamando al Destino agradecido, acaso ya solo diciendo adiós a la Fortuna con la pena de la oscuridad Consigo.
12-Feb/2020 (Serie Corazones Enamorados)
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