La tarde del domingo
A modo de reposo empezamos conversando animadamente de los años de juventud, tiempos de estudio, del matrimonio y la maternidad, y algunos fueron mejores que los demás. Nos mirábamos mucho aún acostados cruzados, desnudo Él, vestida Yo. Aunque prefería no verle más abajo de su cintura a veces sí me quedaba embelesada admirando su pene y su escroto. Él lo notaba, incluso preguntó que si me gustaba. Yo lo miraba y me quedaba callada hasta que empezó a moverlo en círculos con sus dedos y provocar una erección.
Estaba sobre Él, otra vez con su pene todo erecto dentro de mi boca, disfrutando de chupar su glande despacio, la textura de su piel desarrugada me fascinaba. Sin darme cuenta cuándo me bajó el pantalón y empezó a acariciarme sensualmente de la cintura a los muslos. No sé cómo puso su cara entre mis nalgas y empezó a darme besos mojados por ahí llegando hasta mi ano con su traviesa lengua. “¿Qué Tú haces por ahí?”, le pregunté sorprendida. Sin pausar la labor me contestó: “el beso negro te faltaba Corazón”.
Le iba a decir dos cosas, en voz alta, pero en honor a la verdad mi sorpresa me hizo callar porque me gustó que me besara el ano. Fue delicado con sus labios y muy placenteras sus caricias. Me agradó tanto aquello que por instinto me toque la vulva, estaba mojada y el clítoris hinchado. Sin saber por qué empecé a masturbarme y Él enseguida me ayudaba con su boca y con sus dedos mientras Yo seguía con fervor chupándole el pene. Ahora que lo pienso me parece una locura, creo que hoy soy otra mujer, una mejor.
Estábamos tan excitados clamando placeres entre gemidos que Yo brinqué y le dije: “Ven métemelo, que ya necesito sentirte dentro de Mí”. No me cansaba del sexo que me daba este maravilloso hombre y todo parecía pasar de una manera tan natural que nada nos era extraño. Cada vez más gozábamos de una complicidad de cuerpo y alma, sin hacer preguntas ni propuestas, sin buscar permisos nos amábamos, todo iba fluyendo como agua del río bajando al océano. Llegó el momento y lo vi en sus ojos, eyaculó dentro de Mí.
Nos quedamos abrazados como un solo ser, mi pecho en su pecho, vientre con vientre enganchados y empiernados, respirando aún agitados, otra vez sudados y cansados. Todo parecía increíble porque hicimos el amor tantas veces y no puedo decir cuál me gustó más, tal vez porque cada vez parecía ser diferente, como si fuera una primera vez. Dormidos nos vieron las horas de la tarde y se quedaron calladas para no despertarnos quizás por sospechar que llegaría el momento de decirle adiós al hombre que Yo tanto amo.
Pintando el lejano horizonte de colores iba sin prisa el sol del atardecer hacia el Oeste, llamando a la luna creciente para saludarla y pedirle un consejo de amor para adornar mi historia, mientras la noche venía indecisa a preguntar si Él ya se quedaba hoy Conmigo. Yo nada dije. Parado en la puerta me miró sin pena y habló sereno: “Hoy no te digo adiós mujer hermosa, prefiero mejor esperar para muy pronto decirte Hola. No me voy porque en tu corazón me quedo, como siempre estás Tú en el mío”, y se marchó.
7-Ago/2020 (Serie Una Historia)
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