Verdaderos deseos de amar

Quedaban ya pocos comensales en el lugar y la noche se hacía adulta, con dos botellas de vino, serrano y manchego disfrutamos conversando y pasamos un grato momento, mucho reímos y más que todo aprendimos un poco quien era cada cual, guardando quizás para otro encuentro las mejores palabras, las tiernas miradas y, si acaso, el toque de las manos.
Ello así, pagamos conformes en partes iguales por el entretenimiento y para completar la velada hablamos de caminar bajo la luna la distancia hasta el estacionamiento.

Entonces empezó a llover a cántaros, como dirían campo adentro, y los planes de salir un rato a caminar por ahí de momento se vieron comprometidos. Luego de un minuto la lluvia como que enfureció los cielos y entonces aparecieron luminosos relámpagos que culminaban en estruendosos truenos.
Nos acercamos a las ventanas de cristal para ver el temporal, antes de aventurarnos a marcharnos.

Yo jocoso decía que no nos podríamos ir, Ella decía no tener miedo, pero tomó mi mano y cada vez la apretaba con más fuerza, cuando de repente con el brillo de un rayo de luz amarilla todo quedó a oscuras al compás de un grito, entonces ya me abrazó sin desdén y advertí que el susto la delataba.

Al pasar tres segundos cuando terminó el ruido soltó mi espalda y me miró con temor, tal vez pidiéndome un beso. Sus verdes ojos brillaban serenos en la oscuridad y sus labios tersos temblaban, quizás de soledad, su respirar iba aumentando cuando acercó más su cuerpo hasta el mío y casi suspirando me dijo:
• "Perdona, me asusté".

Yo no sabía qué hacer ni qué decir, no quería arruinar el momento... La abracé otra vez y sentí que su piel ya cálida se estremecía, entonces le dije al oído en baja voz:
• "No tienes a qué temer cuando estás Conmigo".

Ella volvió la mirada y sonriendo con ganas de vivir levantó su cara hacia Mí acomodando su pelo castaño en la frente para verme mejor, como dándome el debido permiso, entonces cerrando los ojos la besé con ternura, despacio, una y otra vez la besé, mostrándole todos mis deseos de amar, mordiendo apenas sus finos labios de cuando en vez, disfrutando de su aliento, abrazados de pechos y espaldas en silencio.
Su cuerpo y mi cuerpo encajaban de modo perfecto, su mano diestra acariciaba mi cara sin duda mientras Yo sujetaba decidido su cintura. Su pecho era todo mío y mi corazón raudo latía.

De repente las luces se encendieron de nuevo y así nos miramos incrédulos por lo que pasaba. Ella quiso un poco avergonzarse y quizás Yo también, pero empezamos a reír los dos, como en señal de mutuo perdón.
Separados ya los cuerpos se hacía evidente por encima de las ropas lo que había ocurrido, y no era necesario buscar otra explicación.
Mirándonos nueva vez sin pronunciar palabra, nos tomamos de las manos y pudimos sentir con fuerza la energía del amor.
Ella sólo atinó a decirme:
• "Por favor que esto no sea complicado".
Entonces Yo le respondí:
• "Para amarnos sólo necesitamos ser cada cual, porque no tiene culpa lo bello, este sentimiento es dueño de la bondad y la comprensión".

La lluvia, los relámpagos y los truenos que provocaron el apagón, quedaron como testigos del inicio de un romance diferente entre dos seres incompatibles, que no buscaban razones ni motivos, que no conocieron a Cupido, que no consultaron el horóscopo para saber qué decir ni cómo actuar, dos seres distintos pero ambos llenos de verdaderos deseos de amar, porque ambos serían protagonistas de Una Historia.

Entonces amainó el aguacero y pudimos caminar como habíamos dicho, hasta el estacionamiento, para tomar cada cual el camino de regreso.
Ya no hubo otro abrazo ni otros besos, sólo una despedida sencilla, sin decir "adiós" sino "hasta mañana", porque el amor verdadero no es de una noche ni tiene prisa por desnudarse en caricias.

2-May/2019 (Serie Una Historia)

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