Me dijo sin mirarme

“Yo sólo quiero una vida tranquila y un amor sin mentiras”, me dijo sin mirarme.

Nada en el momento le respondí, temblaban sus labios y al terminar la frase un poco se entrecortaba su voz, entonces lentamente cerró los ojos suspirando, como evitando derramar alguna lágrima, se paró enseguida despojándose de la ropa al caminar.

Tranquila esperé sentada en su cama hasta que regresó del cuarto de baño, ya con la pijama puesta y el pelo recogido, como siempre anchos pantalones largos y camisa de mangas largas con grandes botones en el frente, tejido de algodón con estampado de flores azules, verdes y rojas. Cumpliendo con la fina costumbre europea de la niñez.

De nuevo me entabló una corta conversación sin siquiera mirarme. “Soledad, ¿no vas a decirme nada esta noche? Mira que hoy más que nunca necesito escuchar un consejo, saber que alguien me entiende”, me dijo mientras ordenaba algunas cosas en la mesita de noche.

Respiré dos veces y quise decirle algo, cuando de repente la oí pedirle al cielo que tuviera piedad delante de sus penas de amor; decía entre dientes con tierna voz: “¡Dios mío! ¿Por qué a Mí?”.

Entonces, sin pararme de la cama me arrodillé a su lado, me acerqué a su oído y en bajo tono le comenté sin reparo mi parecer: “la tranquilidad sólo depende de los pensamientos de cada cual, si Una quiere estar en paz Consigo misma tiene que empezar por ordenar sus ideas, con calma y sin temores, asignando prioridades a los temas y poniendo valores positivos a cada cosa, que viviendo con bondad todo se puede y todo se logra, con amor y comprensión cada cosa se resuelve de la mejor forma, mientras tanto, no dejes que las ansias te coman las ganas, tu dicha es tuya y es toda para Ti”.

Me miraba con especial atención, quizás entendiendo finalmente su desdicha, pasado un instante proseguí comentándole: “por lo demás, el amor es muy simple, si hay mentiras no es amor, así que no lo pienses más y sigue tu camino”, le dije poniendo mi mano izquierda en su hombro derecho, abrazando levemente su pecho con mi brazo, cuando la escuché murmurar para sí “a pesar de que un día me lo dijo, que tuviera cuidado, creo que me ilusioné con quien escribe las memorias y no con quien vive las historias”. Después levantó la cabeza para tomar aire y me abrazó recostándose contra Mí.

El triste llanto quería comenzar, pero esta vez el valor pudo más, entonces con los verdes ojos húmedos de emoción me miró fijamente y me dijo: “gracias Soledad, siempre eres mi fiel amiga de charlas y una consejera sagaz”.

Sonreí apenas y me levanté para dejarle espacio para que pudiera sacar las sábanas y entregarse tranquila a las almohadas en un abrazo solidario.
Su cuerpo fatigado pedía descanso y mañana no hay que madrugar.

11-May/2019 (Serie Ansias)



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