Una tarde de primavera

Llegué cansada una tarde de primavera, ya tarde como una cualquiera. Me senté en el sillón de la habitación sin mirar la oscuridad.

Me dolían un poco los pies que estaban algo hinchados, entonces me quité ambos zapatos rápidamente, y entendí así que los tacos me estaban matando, los dedos se sintieron de nuevo.

Cerrando los ojos me recosté extendiendo las piernas mientras soltaba los botones de la blusa, luego sin prisa pude abrir el cierre del sostén sintiendo finalmente libres el pecho y la espalda. Ya respirando serenamente a seguidas liberé la cintura de la falda y tirándola al suelo me quedaron las piernas al descubierto.

No quise encender la luz al entrar, quizás creyendo que no vería mi realidad, pero nadie se engaña cuando los hechos hablan.
Entonces me invadieron las ansias cuando despertaron los anhelos de tener las caricias de unas manos que lentamente hubieran desnudado mi cuerpo con ternura, sin que se quedara un espacio guardado en secreto esperando un beso.

No quería abrir los ojos y ver mi soledad, mi quietud era solemne pero triste. Sin remedio me sentí prisionera, me empezaron a sudar las manos, me temblaban los dedos también, pero tuve miedo de dejarlos hacer cualquier travesura en mi piel. Dos lágrimas se asomaron en mis ojos tratando de salir, sin llanto la tristeza me invadía callada y los latidos del corazón se sentían sonando, como llamando su nombre.

Una tarde de primavera fue triste testigo de las penas ocultas de mi bella persona, de las ansias que estaban dormidas, no muertas.

8-May/2019 (Serie Ansias)



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