Donde empieza la calle
¿Quién lo hubiera dicho calle mía? Tanto tiempo que ha pasado, tantas cosas que han sucedido, y sigues siendo tan bella todavía.
Desde niño te caminé de ida y de vuelta tantas veces por tantos días que ya de memoria conocía dónde tenia que ir a cruzar en cada esquina, los transeúntes habituales y los pedigüeños por La Cafetera eran conocidos y hasta nos saludábamos de vez en cuando.
Otrora transitada en los días por las simples carretas de los más humildes verduleros, vendiendo los frutos de la tierra, arrastradas por viejos asnos entre los chirridos de cada rueda el grito pregonero; también por las noches sintiendo los altos carruajes con lámparas encendidas, tirados por caballos llevando a los nobles de paseo, con los ejes y muelles engrasados para no sonar.
Te imagino ahora Calle El Conde como antes te veía, entre las sombras de los pinos, robles y caobas alternados a cada lado en las aceras, y así llegan a mi mente tantos recuerdos de antaño, el uniformado cartero andando en bicicleta con el bulto negro, el viejo sentado atendiendo la paletera llena de galleticas y golosinas, aquel buen señor vendiendo a bajo precio novelas usadas (románticas y de vaqueros), la bocina de los viejos carros de Concho Austin azules (con capota blanca un día y roja al siguiente).
Donde empieza la calle es donde empezaba el romance, vestidos los dos de modo casual para caminar en paz había que tomarle de la mano antes de llegar al Parque, mirar las vitrinas y comer un helado era parte del paseo, entre pasos y miradas alguna frase de halago se oía, a veces seguida de una risa sutil bajando la vista, con suerte algún sábado se podía ir al cine (pero en grupo).
Entonces al final del día, antes de ponerse el sol, nos quedábamos parados a la entrada de un zaguán para decirnos adiós, mirándonos apenas con ojos de perdón, pero siempre buscando un abrazo más y anhelando poder robarle un beso (aunque fuera de piquito).
Donde empieza la calle también termina el paseo de vuelta, a veces con la alegría del amor y otras tantas con el deseo guardado.
Desde niño te caminé de ida y de vuelta tantas veces por tantos días que ya de memoria conocía dónde tenia que ir a cruzar en cada esquina, los transeúntes habituales y los pedigüeños por La Cafetera eran conocidos y hasta nos saludábamos de vez en cuando.
Otrora transitada en los días por las simples carretas de los más humildes verduleros, vendiendo los frutos de la tierra, arrastradas por viejos asnos entre los chirridos de cada rueda el grito pregonero; también por las noches sintiendo los altos carruajes con lámparas encendidas, tirados por caballos llevando a los nobles de paseo, con los ejes y muelles engrasados para no sonar.
Te imagino ahora Calle El Conde como antes te veía, entre las sombras de los pinos, robles y caobas alternados a cada lado en las aceras, y así llegan a mi mente tantos recuerdos de antaño, el uniformado cartero andando en bicicleta con el bulto negro, el viejo sentado atendiendo la paletera llena de galleticas y golosinas, aquel buen señor vendiendo a bajo precio novelas usadas (románticas y de vaqueros), la bocina de los viejos carros de Concho Austin azules (con capota blanca un día y roja al siguiente).
Donde empieza la calle es donde empezaba el romance, vestidos los dos de modo casual para caminar en paz había que tomarle de la mano antes de llegar al Parque, mirar las vitrinas y comer un helado era parte del paseo, entre pasos y miradas alguna frase de halago se oía, a veces seguida de una risa sutil bajando la vista, con suerte algún sábado se podía ir al cine (pero en grupo).
Entonces al final del día, antes de ponerse el sol, nos quedábamos parados a la entrada de un zaguán para decirnos adiós, mirándonos apenas con ojos de perdón, pero siempre buscando un abrazo más y anhelando poder robarle un beso (aunque fuera de piquito).
Donde empieza la calle también termina el paseo de vuelta, a veces con la alegría del amor y otras tantas con el deseo guardado.
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