Sonrisa de madrugada
Con
la temperatura bien fresca por el acondicionador de aire que ya lleva varias
horas encendido, se arropa completamente la Señora recogiendo las sábanas de
todas partes.
Se
marcaba en su rostro una sonrisa franca, entreabiertos los labios se movían sin
definición, como queriendo decir cosas que no se escuchaban. En su mente disfrutaba
los placeres de cada anhelo guardado con celo en su corazón, gozaba dejando sueltas
todas las ansias reprimidas por la distancia que el destino impuso sobre su
ser.
Sonreía
y apretaba los párpados frunciendo la frente como si todo fuera real. Sus dientes
crujían buscando explicar la pasión.
Si la
viera cualquiera sin dudar sabría que se trata de una sonrisa de madrugada.
Con
gracia movía su cuerpo arropado en la cama, desatando el lazo en su cintura y desvistiendo
sus piernas hasta las rodillas, mientras sus manos con timidez acariciaban cada
pliegue de su piel, como si se tratase de la primera vez que los deseos
mostraran el camino del placer. Sin tino cambiaba de postura, buscando quizás sentir
más, mejores emociones, mayor satisfacción.
La calle
sin gente escuchó los gemidos de fascinación de una mujer sola, otrora callada
pero hoy entregada sin desperdiciar ningún instante para sentirse plena. Discreta
la madrugada presenció un acto natural de satisfacción de deseos de placer;
igual fue un testigo casual de una falta de compañía, de una falta de amor.
De repente,
por un sobresalto se voltea la Señora y quitándose de encima en un solo
movimiento las sábanas se despierta exaltada, se siente rara, con la piel
caliente, siente cómo la sangre circula por su cuerpo; abre los ojos y se
encuentra una mano en el pecho izquierdo y la otra sobre el monte de Venus; siente
apurados los latidos de su corazón y la respiración en Taquipnea.
Con
su conocimiento va calmando su estado corporal, y se da cuenta que un sueño la
ha tomado por sorpresa, delatando así sus deseos carnales más íntimos, los que
ha querido desde hace tiempo ocultar argumentando una supuesta falta de interés
en cualquier tipo de actividad sexual, incluso en la masturbación, producto de
la edad madura que ostenta. Pero obviamente Ella misma no se puede ya engañar.
Echa
entonces una mirada al reloj de su mesita de noche y distingue que en su
pantalla marca las 4:10; respira dos veces entendiendo que efectivamente es la
hora que hubiera elegido en una madrugada cualquiera para entregarse a la pasión,
para calmar su sed, para darse toda como mujer de razón y sentimiento.
Percibe
la humedad de su piel en la entrepierna y suspira una última vez cerrando los ojos,
aceptando que paga con la soledad el precio de la libertad.
Con
pocas fuerzas todavía se levanta con cuidado del otro lado de la cama, donde las
curvas de su cuerpo se le escapan al espejo del armario por la falta de luz, camina
entonces al baño para curar las heridas de su aventura de esta madrugada, dejando
atrás las pijamas en el suelo. Ya en el baño no podía levantar la mirada y ver
su cara en el pequeño espejo, quizás se sintió avergonzada.
De
vuelta a la habitación su desnudez ya empieza a sentir de nuevo el frescor, entonces
toma de la segunda gaveta una camiseta de algodón larga y se calza además unas medias
como de lanilla, pues sentía los pies muy fríos.
De regreso
a la cama se dispone a tratar de conseguir dormir un poco más antes de la
llamada al laboro, aunque le queda un poco la nostalgia del sueño reciente.
Pensativa,
finalmente admite ante sí misma que le hubiera gustado más sentir unas manos audaces
acariciar su pecho, su vientre; sentir una boca jugosa besar sus labios una y
otra vez; sentir unos labios fogosos lamer y morder su piel mojada hasta el
final, como sólo Él ha sabido hacerlo.
Empero
le mantiene despierta un lamento, porque esta noche no ha podido degustar los
sabores de cada parte del cuerpo de su amado; se queda sin disfrutar de la piel
crecida, ya sin sentir vergüenza ante Él gozando la pasión; lamenta no poderlo
tener dentro moldeando su vagina, con las travesuras del placer tocando cada entrada.
Dos
lágrimas rodaban mejilla abajo en su rostro sin que siquiera moviera un dedo
para ahuyentarlas. Mucho qué pensar y poco qué disponer en el momento. Sin darse
cuenta pasaba el tiempo y al rato sonaba la alarma del reloj despertador.
Empezaría
otra faena laboral, otro día de trabajo, otra jornada de entrega sin espera para
ayudar a sus pacientes.
Así
discurrirá normal el día, entre buenas noticias y otras no tan buenas, con algunas
consecuencias y algunas esperanzas. Todos los días tienen sus variantes, pero
al final terminan siendo iguales.
En la
prima tarde la rutina diaria volverá a llevar sus pasos de regreso al hogar, de
nuevo a las obligaciones cotidianas, otra vez todo marchará como se acostumbra en los días de semana.
Tal
vez la sonrisa de madrugada fue un disfrute, acaso un susto, quizás fue un disgusto.
Todavía no lo sabe, porque no quiere recordarlo, no quiere siquiera pensar en
ello.
Porque el orgullo es largo, es ancho y es alto, por lo tanto es grande, y además es fuerte, así que cuesta más mirar a los ojos diciendo “te amo” que dejar la puerta cerrada.
El corazón
siente, tanto alegrías como llanto, tiene deseos y guarda penas, pero hoy a la
Señora sólo le ha quedado la sonrisa de madrugada.
22-Mar/2019 (Serie Una Historia)
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