La derrota de Rolando
El
reloj marca las 10, afuera el sol brillante ilumina la mañana cual madre
alimenta a su prole.
No hay
preguntas ni comentarios qué hacer en este día, la agonía de la derrota es muy
marcada hoy; dicen que los hombres no lloran, pero hoy he visto llorar a Uno
que es más hombre que cualquiera.
El
reloj marca ahora las 10:30 y ya todos se van marchando ante la tristeza de
Rolando, esa tristeza producida por la derrota, esa derrota que aún Él mismo no
comprende, no comprende por qué ha perdido, por qué ha perdido a su amada, la
amada que un día fue toda de Él, como de Él es hoy toda la agonía, una agonía
que nunca olvidará tal como nunca olvidará este día, el día en que perdió el amor,
el amor más grande del mundo, de su mundo.
Rolando
ya no sabe vivir, hoy sólo sabe sufrir, desesperado ahoga sus íntimas penas en
alcohol, como aquel que llora al ocaso.
El
reloj marca las 6 cuando la tarde soñolienta por occidente se despide.
El reloj
ahora marca casi las 12, la noche ya es adulta y está triste, llora y llora,
mientras Rolando aún está bebiendo y viviendo su derrota, una derrota que es
mortal pues hoy la muerte venció a la vida y la vida venció al amor.
Hoy
la muerte vistió al destino, hoy el destino llamó a Martina, la llamó para
siempre.
Rolando
quisiera también morir, hoy la noche no piensa en risas y placeres.
El
viejo reloj suena tristemente como suenan las gotas de vida al caer en un húmedo
mosaico de la habitación oscura, donde queda solitario Rolando suspirando.
Aquel
triste reloj ya marca la 1 y Rolando con sus ojos mojados, inundados de melancolía,
pretende el mundo olvidar; ya nada tiene sentido, nada sirve, la cama grande
que fue escenario de mil pasiones está desnuda, sin sábanas, está sola, y sola se
quedará ya para siempre; sobre el tocador un retrato observa a Rolando sufrir
la pena del amor y la vida, la pena de la muerte.
Rolando,
abatido por la noche, tocado por la pena, cesa de sentir y cae al frío suelo de
la habitación, donde espera inconsciente la luz del alba y el calor mañanero;
son ya las 7:05 cuando el sol levanta su cuerpo y rueda las cortinas de la
noche.
Rolando,
indiferente a todo no quiere escuchar el timbre del reloj despertador que le
grita desde hace una hora, tampoco escucha las campanas de las 9, hoy domingo, Día
de Finados.
Rolando
no quisiera estar vivo, no quisiera recordar nada, ni su nombre ni el de Ella.
La botella vacía, ya olvidada, la tira y se rompe en la pared donde el espejo refleja
el sol, la ira no la puede contener.
Rolando
esconde sus ojos a la luz y cierra la boca y aprieta sus manos para entonces
gritar orgulloso el nombre de su amada.
Distante
de pensar en su realidad piensa en Martina, recuerda cómo sus manos acariciaban
suavemente sus cimientos, recuerda dos cerros y un valle que nunca volverá a
caminar, recuerda unos labios carmesíes que besaron todo su cuerpo, recuerda la
mirada profunda que ya nunca volverá a ver.
Rolando,
una luz que se apagó de repente, un sonido que se dejó de oír.
Rolando,
un testigo de la maldad del infortunio, un vestigio olvidado.
Rolando,
el que muchas veces encañonó a criminales con su revolver Smith & Wesson
calibre 38, hoy no ve la menor pista, no sabe quién emprendió alguna venganza.
El reloj
marca las 11 y el hambre y la sed de dos días no se hacen esperar, pero Rolando
sólo piensa en Martina, sólo piensa en volver a estar con Ella; la inanición lo
tumba y se duerme nuevamente, así como duermen los cadáveres.
En
la madrugada se despierta Rolando entre los brazos y el pelo de Martina,
descubre sus ojos a la mañana y le murmura al oído:
- “Soñé que mundo se acababa
amor mío”.
Pero
Martina cae inconsciente ante la mirada altiva de Rolando.
- “Martina,
Martina, ¿qué te pasa?”
El
reloj marca las 6, Rolando llora su verdad, soñó su realidad, hoy Martina murió.
A las 7 llegarán los vecinos a consolar a Rolando, un pobre hombre que ya nunca
volverá a soñar, un pobre hombre que de pena pronto fallecerá.
A las
10:30 se marcharán todos y Rolando vivirá su sueño hecho realidad, un sueño que
nunca quiso soñar.
Mañana
Domingo enterrarán a Martina en algún lugar, pero a su entierro sólo irán los
perros realengos de la ciudad, porque fue una muerte de perros.
Nadie
sabrá esta verdad.
18-Mar/1982
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