La playa olvidada
El
sol brilla imponente, el cielo brilla azulado, el mar acaricia tu cuerpo
lentamente, el sol tuesta tu cutis, la blanca arena te envuelve y con facilidad
respiras, cuando de repente la lluvia moja tu piel, te levantas y caminas con
el cuerpo mojado para hundirte en el mar que ya se ve irritado ante el caer
continuo de la fresca lluvia, que viene desde lejos para mezclarse al océano tierno
y cristalino como se mezclan la sed y el vino.
Tus
manos pescan la alegría de un pez que cruza asustado entre tus pies. Tu pelo ya
no vuela fragante, tu boca ya no ríe, tus ojos ya no buscan la sombra lejana
que se acercaba veloz para tu cuerpo ceñir y llevarte al fondo del mar.
El
sol vuelve a brillar entre las blancas nubes, su correspondiente lugar ha
vuelto a ocupar, entonces a la barca subes y te alejas sin mirar tu lecho en la
arena, tu sitio en el mar, ya olvidas la pena que te hizo venir y fue tu pesar.
Te
alejas y no vuelves, el mar está triste, ya no es glauco y brillante y las
gaviotas no vuelan arriba, los peces saben que te fuiste pero impacientes te
esperan aún sabiendo que quisiste abandonar el paraje que fue tu altar, que fue
tu consuelo, que fue tu esperanza, que fue tu ilusión.
Y
ahora que te crees superada lo dejas y te vas para nunca regresar, para dejar
olvidada la playa divina que te enseñó a amar, que te hizo mujer, para eso te
vas...
31-Ene/1982
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